A estas cosas uno creía que asisten pocas personas. Seis, para ser exactos. ¿No?
Pues no: catorce, incluyendo una niña de seis años, que acabó durmiendo acostada en dos sillas, y un bebé de meses.
¿De dónde pueden salir tantos? –se puede preguntar uno-. Estas son las cuentas:
La madre y el padre del novio, el novio propiamente dicho, sus dos hermanos, la mujer de uno de ellos y los dos hijos del matrimonio. Ocho.
Del otro bando: La novia, la madre y el padre, una tía (hermana del padre) y su marido (el gordito) y otro tío. Seis.
Qué pintaba allí toda esa tropa, jamás lo sabremos.
Lo gracioso es que los ricos se emperifollaron a tope. ¿Qué no se pondrán el día B, el de la boda? Destacó, según relato de la madre del Figura, la tía de la novia quien ganó el premio a la espectacularidad… y al ridículo. Vestido de Adolfo Domínguez comprado para la ocasión -ya se encargó ella de decirlo- con un lazo en la barriga que, según las crónicas, llegó al evento casi cuatro minutos antes que su portadora. El vestido, cuentan, hubiera estado bien para una quinceañera, pero no tanto para una cincuentona. Los zapatos y el bolso a juego, de lentejuelas de papel albal. O así, qué malas son las mujeres cuando hablan unas de otras.
Los de nuestro bando iban de trapillo. Lo que estarán rajando los arreglaos. Se lo deben de estar pasando bomba. A eso fueron. A que se notara bien lo ricos que son.
Los regalos:
El regalo de la novia ya lo he descrito. No había dicho nada del regalo del novio porque no lo conocía, claro está.
Apareció la futura suegra con una caja como para unas botas de esquí del 43. ¡Y de allí salió un reloj de pulsera! ¡Un reloj de pulsera en una caja como para dos o tres ensaimadas mallorquinas! Del reloj no sé mucho, tal vez pueda contar algo en próximas entregas.
Como estaba previsto, el festín lo pagaron los ricos. Bueno, el padre rico, que tuvo mucho cuidado en hacerlo en recepción, bien a la vista de todo el mundo (la cosa fue en un hotel), firmando un recibo. Nada de Visa o pelas, que se vea que el Sr. tiene cuenta en la casa.
A estas alturas del relato podríamos tener una clave para entender todo esto. ¿Por qué le ha tocado la lotería a este? Al novio, digo. Pues porque no podía ser de otra manera. Los padres de la novia son unos nuevos ricos. Unos nuevos ricos de libro. Y claro, a los ricos viejos, a los que mearon alfombras, no llegan. No pueden llegar, no hay más que verlos en acción. Jamás habrían podido casar a la niña con el hijo de ninguna familia de las de debó. Esto que están comprando -insisto, comprando- es a lo más que pueden llegar: Un desgraciao con buena pinta que dé el pego.
Lo cual me lleva a otra consideración: no le arriendo la ganancia. Al desgraciao me refiero, naturalmente.Pero de eso ya hablaremos otro día.
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