domingo, 14 de junio de 2009

Él

Un tarambana. En certeras palabras de su abuelo, va de sobrao. Es una mala persona.

Alto, guapo, no tiene un duro. Hijo de un matrimonio que nunca fue, padres separados y venidos a menos. El padre, a quien clona, es un gandul; sablista de libro, se le podría encontrar, si se perdiera, siguiendo el rastro de deudas impagadas. La madre, víctima de todos, ha trabajado como una negra para salir del pantano donde la dejó el marido. Contempla la boda, que le está costando un pastón, con sentimientos encontrados.

¿Estudios del niño? no se le conocen. Más bien no los tiene: la ESO y tal vez algo de formación profesional. Hace fotos. Sin domicilio fijo. Vago. Después de mil vueltas, picando aquí y allá monta, al segundo intento, un chiringuito con unos amiguetes y venden publicidad: carteles, vallas, páginas güeb, lo que pillan. Trabaja poco y a salto de mata, lo que sale; aparentemente va tirando, tal vez con alguna ayuda externa. Va justito.

Moderno a rabiar. Superguay. De izquierdas por tradición familiar, ejerce de pijo sin titulación.

La boda es el negocio de su vida y lo sabe. Sus propios suegros, al tanto de todas sus circunstancias, se lo han hecho ver clarito con toda la intención del mundo: Le han tenido viviendo en su casa (la de ellos) ocupando la misma habitación de la hija, le han pagado buenos viajes y, probablemente, alguna cosa más. Se pasea con el BMW -algo viejo- de la novia la cual ha acabado recibiendo, no sé si por capricho o en compensación por la pérdida, un coche pequeño de lo más pijo y con todos los detalles. Naturalmente pagado por sus padres.


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