jueves, 26 de noviembre de 2009

Cambiando de tema

Esto no tiene nada que ver con la boda pero si no lo cuento reviento.

Habíamos quedado la suegra de la novia y yo en ir a ver una casa para alquilar. No estaba cerca, teníamos que coger el coche y tal.

Como viene siendo habitual le recuerdo a la suegra de la novia que lleve las gafas. Oye, Margarita, coge las gafas. No me hagas lo de siempre. Que vamos a ver una casa no a palparla. No se te olviden.

Damos unas cuantas vueltas un poco perdidos hasta dar con el edificio. El propietario nos esperaba y enseguida estábamos dentro. No estaba mal la casa, para mi gusto, pero tampoco estaba terminada y no nos convencieron las promesas de acabar en plazo breve. Lo cierto es que la casa tenía un diseño a la vez atrevido y sobrio pero con algunos inconvenientes de comodidad de uso obvios, debido precisamente a la audacia del diseño. No los voy a enumerar aquí. Para colmo la casa estaba más lejos de lo que inicialmente creímos y acabamos despidiéndonos del dueño sabiendo, todos, que no volveríamos a vernos. Fin de la historia.

A la vuelta, en el coche, Margarita y yo buscábamos una salida de la desconocida carretera que nos permitiera llegar al Carrefú. Aprovechar el viaje para hacer unas compras.

Casi no me llamó la atención que se le pasara la enorme torre que en la relativa lejanía señalaba la ubicación de la gran superficie y no llegué a sospechar, pero la cosa reventó cuando hizo un único comentario: oye ¿te has fijado lo raro que olía en la casa?

Sí señor, no se había llevado las gafas. Con los habituales dos cojones.

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